Un año me dio la obsesión de que tenia que tener una máscara de goma tipo cara de monstruo, que a mi parecer era lo más alucinante que podía existir (habrá que hacer un análisis psicológico posterior de que significaba aquello). Por supuesto la máscara nunca llegó y a cambio recibí una saltigoma - una especie de chupete gigante que permitía elevarse por los aires a brincos (10 cm a lo más, pero algo es algo)- y un juego que se llamaba “El dedo mágico” y que consistía en una serie de láminas con circuitos ocultos - cosa que ahora entiendo pero en ese entonces era simple magia- junto con una especie de lápiz con punta metálica y una luz roja en la parte trasera. La gran maravilla era que uno relacionaba una pregunta con una imagen y si acertabas se encendía la luz. Obviamente en el momento que abría ansioso los regalos para encontrarme con mi nueva faz de hule encontré que esos juegos eran lo peor del mundo y me fui amurrado a mi dormitorio a llorar (¡que niño!). Finalmente ese verano me divertí de lo lindo saltando en mi chupetón gigante al lado de mi hermana y mis primas en sus saltarinas y me lucí frente a mis amigos con mi “dedo mágico”.
A medida que pasaba el tiempo mi interés por los juguetes de manufactura industrial y con meros fines didácticos o de sano entretenimiento fue mermando o más bien evolucionando hacia un nuevo interés por los juguetes, pero esta vez de construcción casera y cuyos propósitos no eran precisamente didácticos (¿o sí?).
Mi primer juguete sexual fue una naranja. Tan simple como una naranja. No recuerdo bien si fue por el dato de algún compañero o simplemente mi obsesa compulsión por la búsqueda de nuevos placeres sexuales, pero el tema es que un simple agujero, realizado con un cuchillo abriendo la carne de tan sabrosa fruta, provocó sensaciones nuevas y fascinantes en mi juvenil miembro. Eso fue al principio, ya que una vez que el mete y saca se volvió más intenso y descuidé el mantener alejado el jugo cítrico de la boca de mi aparato sexual, el ardor intenso, casi insoportable, hizo que dejara las naranjas para su uso mundialmente conocido.
Tiempo después en una de las revistas que había adquirido en mis viajes al downtown santiaguino (ver post anterior) se hablaba de los placeres del ano. ¿Qué podía tener de placentero el ano? Mi inocencia era de una ternura abismal. ¡Había un mundo de nuevos placeres por ahí atrás!. La descripción de la revista era bien explícita. Alrededor de 2 a 3 cm al interior del recto se encontraba una glándula denominada “próstata” similar en tamaño a una pequeña nuez que al ser estimulada provocaba en un principio unos intensos deseos de orinar pero que tras esa sensación inicial ocasionaba un placer no comparable a todo lo conocido. ¡Que me han dicho!, revista en mano corrí al baño a experimentar de que se trataba esta sensación sin igual. Fue ahí cuando me acorde del famoso “dedo Mágico”, claro que esta vez era mi dedo y no el aparatito del juego. Otra puerta sé abría en ese mismo instante. Nuevos horizontes en mis placeres onanistas. Mi dedo era mi nuevo juguete y ¡que bien lo pasaba!.
La creatividad e ingenio desarrollados con los juguetes que el viejito pascuero me regalaba año tras año me instó a observar a mí alrededor para ver qué nuevos juguetes podrían incorporarse en mis paseos al baño.
Fue así como una vez más recurrí al mundo vegetal para animar las horas de ocio. Esta vez la invitada fue una fresca y crujiente zanahoria.
- Materiales: una zanahoria tamaño medio recién sacada del refrigerador, un cuchillo y aceite emulsionado a gusto.
- Procedimiento: Pele la zanahoria, quítele las asperezas y dele una forma redondeada. Aplique aceite emulsionado en el área a trabajar e inserte suavemente. ERROR!!!! Nadie avisó que el intenso frío del vegetal recién sacado de la heladera provocaría un intenso dolor y una inmediata perdida del deseo sexual.
- Resultado: Nuevamente los vegetales me jugaban una mala pasada.
Por ahora he dejado los juguetes de lado, como niño grande que soy, pero debo reconocer que en algunas de mis vueltas por sex shops me vuelven las ganas de juguetear.
Quizás le pida al viejito pascuero un regalito especial para la próxima Navidad.