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11.8.06

Olfato


Los olores son como una frase corta, pueden ser breves pero potentes.
Siempre me ha gustado usar el olfato como herramienta para mi excitación.
De púber solía entrometerme en la ropa sucia para oliscar calzoncillos usados.
Aún recuerdo el placer que sentía con ese aroma intenso, entre orines y secreciones antiguas.
Mi nariz sobre la tela activaba mis centros de placer de una manera inigualable.
Me escabullía entre la gente y corría al baño a intrusear en la tolva del lavado.
Tíos, primos y hermanos de mis amigas, todos eran acosados en su intima vestimenta.
Sus hedores eran mi placer, el desecho de muchos era el regocijo propio.
Lo reconozco, era un pequeño cerdo pero mis necesidades eran superiores.
Una profunda inhalada y estaba en el paraíso.
Habían unos inodoros y asépticos que no me gustaban.
Otros eran los fuertes, almizclados o ácidos que encendían mi pasión.
Que bajo soy pero que rico se siente, pensaba mientras inspiraba una vez más.
Un poco de mi aliento tibio activaba al máximo el aroma y obligaba a tocarme la entrepierna.
Una paja rápida, un orgasmo delicioso y la prenda ya me parecía asquerosa.
Lo que era mi más fuerte estimulo pasaba al profundo rechazo en cuestión de segundos.
Olores intensos, placeres momentáneos, pudores inmediatos, culpa instantánea.
Maldita educación católica, ¿culpa por el placer?, ¿qué es eso?

Caliente como siempre, buscaba lugares que dieran a mis fosas nasales nuevos placeres.
Busqué en los baños públicos e investigué en los camarines.
Descubrí una esquina en la calle que los machos usaban para orinar.
Me acercaba y el potente hálito me golpeaba.
Pasaba la primera reacción desagradable y disfrutaba las feromonas vertidas ahí.
Estaba oscuro y nadie me veía, bajo mi chaqueta sacaba mi pene duro y lo agitaba.
Lo prohibido del lugar potenciaba el placer.
Imaginaba los miembros de esos hombres que descargaban su liquido amarillo.
Junto a los orines desparramados quedaban los rastros de mi leche caliente.
Nuevamente el asco se apropiaba de mi.

Tiempo después descubrí el olor del hombre, en vivo y en directo.
Algunos fuertes, casi desagradables, otros deliciosos como una taza de café recién hecho.
Sus axilas transpiradas y sus bolas encerradas entre algodón durante una jornada completa.
Mi nariz recordaba por horas el aroma de ese hombre.
Mis sentidos se activaban nuevamente al volver a oler mi mano impregnada.
Culo, pico, pliegues, todos mezclados en un bouquet único e irrepetible.
Sobacos, nalgas, pies, recuerdos fuertes pero pasajeros en mi memoria nasal.
Muchas veces quise revivirlos al día siguiente, sin éxito alguno.
Muchas otras éstos me impedían dormir y debía volver a tocarme.

Dos hombres me han tocado en mi vida por su esencia masculina.
Un aroma intenso pero delicioso.
Un perfume que no existe de manera artificial, una mezcla perfecta.
Tabaco, Cuero, Ylang Ylang y Patchouli, secretados naturalmente en justa proporción.
Hombres perfumados por sus propias glándulas.
Hombres que huelen como deben oler los machos.
Cuerpos con una esencia maldita que me obliga a desearlos.
Aromas que mi olfato no ha podido olvidar.